La vida en «stand-by»

Estás preocupado por el día a día y de repente, de la manera más tonta, la vida se detiene a tu alrededor

La vida en «stand-by»
Photo by Lanju Fotografie / Unsplash

Desde hace unos años estamos muy acostumbrados a ver ese piloto rojo en nuestros dispositivos que nos avisa de la posibilidad que tenemos de seguir usándolos en el punto en el que los habíamos dejado, sin tener que esperar a que se inicien porque realmente no los hemos apagado, los hemos dejado "suspendidos" en el continuo espacio tiempo y volverán a su actividad cuando se lo indiquemos.

Como sociedad en marzo de 2020 vivimos algo parecido, nuestras vidas quedaron suspendidas porque todo se paró, la humanidad entró en un pseudo modo standby del que poco a poco a lo largo del tiempo conseguimos salir. Este hecho global nos afectó a todos, sin importar quiénes fuésemos o a qué nos dedicásemos. O al menos esta es la sensación generalizada que hemos podido contrastar a lo largo de este tiempo.

Si me paro a pensarlo, no tuve la sensación de que mi mundo se parase, más bien la sensación era que el mundo se había parado y como consecuencia de ello nos habíamos parado nosotros también. Posiblemente esta sensación fuera propiciada por la enorme suerte que tuvimos de vivir este momento histórico como lo vivimos. Fue como presentarte a un examen sorpresa en el que parte de los resúmenes los tenías ya hechos, y los recuerdas. Sabes que no vas a sacar la mejor nota, pero también sabes que es difícil que suspendas...

Y esta sensación es la que hemos tenido a lo largo de los meses en los que íbamos esquivando los continuos envites de las diferentes oleadas de infecciones, hasta que el viernes pasado un frío descomunal se apoderó de mi cuerpo toda la mañana para descubrir, al llegar a casa, que estaba con fiebre. Fiebre en pleno pico de la ola, no pintaba bien... y a las horas un test confirmaba lo evidente, acababa de dar positivo en COVID-19, y aunque mi familia no lo era en ese momento las nuevas directrices para la vuelta al colegio de los niños tras las vacaciones escolares les obligaban a quedarse en casa conmigo.

En ese momento se abrió un enorme paréntesis alrededor de nuestra casa, el tiempo se había detenido dentro de él, aunque a nuestro alrededor la vida seguía fluyendo, éramos como esa roca en el cauce del río que al bajar el nivel queda al descubierto y ve el agua pasar a su alrededor. En estos momentos te das cuenta de la fragilidad de cada uno de esos instantes a los que te intentas aferrar para vivir la rutina de tu día a día, una simple rayita en medio de un trozo de plástico puede tirar abajo toda esa fortaleza construida a base de instantes repetidos.

Pasan los días dentro de tu burbuja y vas viendo caer a tu familia, uno detrás de otro, desde los más cercanos a aquellos con los que has compartido mesa y mantel en los días precedentes, todos van pasando por el ritual de quedarse mirando un trozo de plástico con la esperanza de ver sólo una línea.

Diría ahora el consabido "por suerte estábamos vacunados", pero no ha sido cuestión de suerte, o al menos no del concepto de suerte como azar, porque nunca hemos dejado nuestra salud al azar. Hemos sido todo lo responsables que hemos podido, hemos tomado todas las medidas necesarias, entre las que se encontraba la vacunación, cada uno según sus necesidades y pautas, y por eso podemos decir que hemos tenido la "suerte" de pasar este positivo en la comodidad de nuestros hogares, con el único inconveniente de fiebres leves, dolores de cabeza, articulares, de garganta, de pecho, aburrimiento...

Hemos tenido la suerte de poder pasar esto juntos, hasta los que estaban separados, hemos mantenido el humor y la calma. Pequeños lujos que nos podemos permitir dentro de nuestra burbuja porque  volverán las prisas, los agobios los corre corre, los bufidos... la vida en general, porque también todo esto pasará y podremos superarlo como siempre hemos superado todo, en familia.